El entorno económico
El entorno económico en el que se obtuvieron los ingresos tributarios estuvo determinado indefectiblemente por la irrupción de la pandemia, el confinamiento y las limitaciones a la movilidad y a la actividad presentes a lo largo de todo el año. La mejor forma de ver cómo se manifestó todo esto es el Grafico 1.1 que recoge la variación de la actividad medida a través de los datos diarios de ventas interiores de las empresas del Sistema Inmediato de Información (SII) del IVA. Como se puede observar, la consecuencia inmediata del confinamiento decretado el 14 de marzo de 2020 fue la brusca caída de las ventas hasta tasas inferiores al -35%, descensos que en algunas actividades llegaron a ser del -100% durante un largo periodo (véase en este sentido la Nota Informativa 5). Lo abrupto de la caída queda, incluso, difuminado en el gráfico al mostrar las series en media de 28 días para evitar la enorme irregularidad de las series diarias.
Tras el mínimo alcanzado a mediados de abril, se inició un proceso de recuperación que se desarrolló con notable intensidad en las primeras semanas hasta que quedó un tanto estancado, primero en el mes de agosto y, ya de forma más clara, en los meses posteriores. Solo en los últimos días del año se vio un repunte que parecía acercar la tasa al cero. En cualquier caso, como se puede apreciar en el Gráfico 1.2, todo el año se mantuvo por debajo de los niveles de 2019, situación que todavía se mantiene en el primer trimestre de 2021.
Todos los indicadores de la evolución económica se mostraron coherentes con este perfil. El PIB en términos reales disminuyó un 10,8% en 2020. La tasa interanual del primer trimestre ya fue negativa (-4,3%) y el mínimo del segundo trimestre supuso un descenso del 21,6%. La estabilización del segundo semestre se saldó con un descenso medio en el tercer y cuarto trimestres del -8,7%. En los agregados más sensibles al confinamiento y a las restricciones, la trayectoria fue aún más acusada. Es el caso del gasto en consumo interior, con caídas cercanas al 16% en el año, al 30% en el segundo trimestre y del 13,5% en la segunda mitad del año. También el empleo siguió esa pauta, a pesar de las dificultades de medición por la aplicación de los ERTE. Aproximado por el número de ocupados equivalentes a tiempo completo, que es el indicador más habitualmente utilizado en el contexto de la Contabilidad Nacional, el empleo disminuyó un 7,5% con un descenso del 18,5% en el segundo trimestre y finalizando el año en un -5,2%. Dadas las circunstancias, quizás sea más adecuado utilizar para analizar el factor trabajo la evolución del número de horas, dato no afectado, como el anterior indicador, por el cálculo de la jornada media a tiempo completo, difícil de definir en 2020. En ese caso, la caída es mayor, del 10,4%, y más coherente, al menos en los dos primeros trimestres, con el comportamiento del PIB. En cualquier caso, también se aprecia la intensa recuperación tras el mínimo y un cierto estancamiento en el segundo semestre.
Los indicadores de referencia de las ventas construidos con la información fiscal reprodujeron esa pauta de comportamiento en el año, con diferencias en los distintos indicadores derivadas de la mayor o menor presencia de pymes, empresas estas con mayor representación en sectores más afectados por las restricciones a la actividad. Como se puede comprobar en el Gráfico 1.4, en las Grandes Empresas y pymes societarias la brusca caída de la actividad se tradujo en el segundo trimestre en la pérdida de alrededor de un 25% de la facturación que tenían un año antes. Según se fueron relajando las medidas más severas, esas pérdidas se moderaron. En junio y julio la recuperación se produjo con intensidad, pero desde agosto la tendencia se estabilizó, y solo a partir de noviembre se pudieron observar nuevas mejoras, aunque insuficientes para alcanzar tasas positivas. El perfil, aunque similar en todas las empresas, es más pronunciado cuando se incluye en el colectivo a las pymes, con un peso superior en ramas productivas como la hostelería, la restauración, el comercio y los servicios de ocio, cuyas ventas cayeron muy por encima del conjunto (más detalle se puede encontrar en este enlace).
Los indicadores de empleo, tanto el número de perceptores procedentes de las declaraciones de retenciones del trabajo como los afiliados a la Seguridad Social, presentaron igualmente una fuerte caída en el segundo trimestre y recuperación posterior (Gráfico 1.5). A la hora de aproximar el comportamiento del empleo, ambos indicadores se encuentran con el inconveniente derivado del efecto de los ERTE. Los trabajadores acogidos a los ERTE se mantienen dentro de las plantillas de las empresas, en un caso, y dados de alta, en otro, con independencia del porcentaje de la jornada que estén realizando. Eso condiciona además los cálculos de productividad o remuneración media, que también están afectados por la reestructuración del empleo propia de la pérdida de actividad y que, al ser más intensa en determinados sectores, distorsiona las estimaciones agregadas.
En la parte nominal, los precios también acusaron las consecuencias del confinamiento y de las restricciones. En el deflactor del PIB el efecto no fue significativo, apenas una moderación del crecimiento de unas décimas con respecto al año pasado (Gráfico 1.6), pero en los agregados más sensibles a la situación el impacto sí que fue relevante. El deflactor del gasto en consumo privado, por ejemplo, tan solo creció un 0,2% en el año frente al 1% de 2019 y el 1,5% de 2017 y 2018. Y lo mismo se pudo ver en el IPC. Su tasa interanual fue negativa desde el segundo trimestre (Gráfico 1.7), sobre todo por los combustibles, muy afectados por las limitaciones de movilidad. Eliminando estos además de otros componentes volátiles, el IPC subyacente, que mide la tendencia de los precios de consumo, mantuvo un crecimiento en la primera mitad del año del 1,2%, ligeramente por encima del año pasado, pero en la segunda se corrigió acabando el año con una subida del 0,4%.
Dada la evolución de las variables reales y de los precios, los agregados macroeconómicos con más relación con los ingresos, la demanda interna en términos nominales y la remuneración de asalariados, tuvieron un comportamiento muy negativo. La primera disminuyó un 10,7%, mientras que la segunda lo hizo un 5,4% (Gráfico 1.8). Esta diferencia resulta relevante para el análisis posterior de bases e impuestos porque refleja, aunque sea de manera incompleta, el papel compensador de las rentas procedentes del sector público (en este caso los salarios) que hizo que en 2020 las rentas tuvieran mejores resultados que el gasto. Como se verá en los siguientes apartados, además de los salarios públicos, las pensiones y las prestaciones por desempleo (incluidas las transferencias por los ERTE), permitieron reducir el impacto de la crisis sobre los ingresos. Tanto pensiones como prestaciones no están contempladas directamente en los dos agregados anteriores, que solo recogen el gasto y una parte de renta primaria pero no las rentas generadas en la redistribución.